ERNÉSTOR (cuento 2 de la saga)
Ernéstor Nildarmando, detective paranormal.
Todo había sido un sueño. "Qué raro es soñar con la muerte de uno mismo...". Echó la silla un poco hacia atrás y notó que se caía; parecía que el agujero sí existía. Pero reaccionó rápido y pudo evitar caerse él mismo, aunque la silla sí cayó. Miró hacia abajo y vio que bajo de la silla estaba su propio cuerpo, pero sin cabeza. "¿Qué hace mi cuerpo sin cabeza ahí abajo?", creyó decir, pero cortó a media frase por escuchar que una voz idéntica a la suya decía lo mismo muy cerca de su oído, así que rápidamente giró la cabeza a su derecha y se encontró con su cabeza mirándolo. Era una cabeza idéntica a la suya pegada en su cuerpo. Un sonido lo despertó. Alguien tocaba su puerta. De vuelta en la realidad buscó su cabeza pero no la encontró; la llevaría puesta, dedujo y se tranquilizó. Dos minutos después el cliente ya exponía su situación ante el experiente Ernéstor Nildarmando.
-Lo que me está pasando es muy extraño, y estoy todo el día pensando en eso, me gustaría saber si es algo normal, si tiene solución... Está interfiriendo con mis pensamientos de tal manera que temo por mí mismo, y por las pocas personas que me rodean, si se puede llamar rodear a acercarse a distintas distancias y de distinta manera, aunque no me rodeen literalmente... Por suerte, porque eso sería molesto y no me preocuparía dañarlos con mi comportamiento, siempre y cuando no me entere. Ahora, señor Ernéstor Nildarmando: preste mucha atención y no pierda detalle, he aquí lo que voy a decirle:
Hay una conexión con mi oreja derecha y mi rodilla izquierda. Es algo que ha existido desde que tengo memoria, así que no es algo que me sorprenda. Básicamente, si me rasco la oreja derecha, siento que me pica la rodilla izquierda, y si me rasco la rodilla izquierda, me pica la oreja derecha. La sensación es instantánea y bien definida. El problema empezó un día que me pregunté qué pasaba con mi oreja izquierda y la rodilla derecha. ¿Por qué no existía una conexión igual entre ellas? Me parecía esto más raro que la conexión entre las otras, así que toda clase de pensamientos se me cruzaron, pero uno en particular se fijó en ese momento; mi oreja izquierda estaba conectada por error con la rodilla derecha de otra persona. Desde que me llegó esta idea no me la pude sacar de la cabeza, e hice muchas pruebas a ver si podía descubrir quién era la persona a la que le picaba la rodilla cuando me rascaba la oreja. Iba por la calle rascándome continuamente y miraba a todas las personas. En cada situación donde viera gente desconocida reunida también lo hacía, también por supuesto en mi casa y me gustaba comprobar continuamente que nadie estuviera disimulado su picor por respetar tontas convenciones sociales, ocultando su verdadera conexión, rascándome repetidas veces mientras estudiaba a las mismas personas. A veces tenía que parar porque me llegaba a lastimar, esto no era raro y no demoré en habituarme. Lo que más me obsesionaba era que muchas veces poco después de rascarme, la oreja me empezaba a picar, como si la otra persona se empezara a rascar por el picor que le producía que yo me rascara. Me imaginaba que el mecanismo era igual que con mi oreja derecha y mi rodilla izquierda, solamente que por algún error desconocido la rodilla que le correspondía a mi otra oreja estaba en alguna otra persona. Algunos meses más tarde se me ocurrió una idea con la que podría solucionar este dilema; aprender clave morse. Gracias a mi entusiasmo pude aprender muy rápido, y pocos días después ya estaba enviando mensajes continuamente hacia el portador de mi rodilla. Ninguno de los mensajes iniciales tuvo respuesta legible, aunque sí tuvo respuestas inmediatas; pero claro, al yo rascarme a, él le picaría y tendría que rascarse. Yo solamente tenía que seguir hasta que esta persona se diera cuenta que le estaban llegando señales en código a su rodilla, aprendiera el código y al fin me contestara; ¿Había otro desenlace lógico? La única posibilidad de que no funcionara hubiera sido que esta persona estuviera suficientemente fuera de contacto con la cultura de occidente... Por considerarlo una distracción de mi trabajo, evité calcular el número aproximado de posibilidades de que eso pasara. Así, nunca dudé de mis ideas, aunque a veces la gente que me rodeaba notara que había algo fuera de lugar, y yo tratara de disimularlo, nunca dudé. Las miradas de lástima, endulzadas con falsa comprensión y produndamente turbinadas por el cruel sentido del éxito basado en el fracaso del prójimo, difícilmente hubieran podido acercarse lo suficiente como para afectar mi entendimiento, sedado de las convenciones sociales, ocupado por las convicciones que algún extraño instinto u órgano soplaba continuamente, iluminando mi camino hacia una convicción de lo cierto, y mientras tanto yo me hundía en ese placer celebrando mi inseguridad como parte de un todo, cuando tantos otros hubieran escapado temiendo la locura, o simplemente el error." "¿Qué?", se le escapó a Ernéstor, pero comprendió que era de mala educación interrumpir a su cliente, así que lo invitó a continuar. Éste siguió así: "Durante muchos más meses seguí enviando mensajes, hasta que un día, algo legible llegó a mi oreja: "¿Hay alguien ahí?". Grande fue mi sorpresa pero rápidamente nos pusimos al día, y no demoré en averiguar quién era esta persona.
Resulta que la persona con la que me estaba comunicando no vivía cerca de mí, ni en espacio y sorprendentemente, ni en tiempo. Esta persona era Samuel Morse. ¿Sabe usted quién es Samuel Morse, señor Nildarmando?"
-Samuel Finley Breese Morse (Boston, Massachusetts, Estados Unidos, 27 de abril de 1791 – Nueva York, 2 de abril de 1872), fue un inventor y pintor estadounidense que, junto con su asociado Alfred Vail, inventó e instaló un sistema de telegrafía en Estados Unidos, el primero de su clase. Se trataba del telégrafo Morse, que permitía transmitir mensajes mediante pulsos eléctricos mediante el código Morse, también inventado por él.
-Veo que está muy bien informado.
-Lo que pasa es que lo tengo aquí mismo en Wikipedia, mire.
Ernéstor giró su monitor para que su cliente viera la página de Wikipedia. Éste se fijó en el retrato que aparecía a la derecha.
-Así que ese es, nunca había visto una foto suya... Algo me dice que si me rasco la rodilla va a rascarse la oreja, aunque eso es imposible, ¿no?.
-No del todo, si resulta que este es el momento que coincide con el momento de la foto, no sería raro que salga rascándose la oreja. ¿Por qué no lo intenta?
-No me gustaría alterar su página de Wikipedia, considero que está muy bien así. Aunque confieso que no he leído el artículo.
Pero dejando el tema de la página de Wikipedia y volviendo a mi historia, me sorprendió que justo la persona con la me comunicaba a través del código Morse fuera la persona que lo había inventado. Le comenté al respecto y me dijo que todo había empezado porque le picaba la rodilla derecha de una forma que con el tiempo se volvió llamativa, y cada vez más algo le hacía pensar que el picor de la rodilla seguía ciertos patrones, combinaciones que se repetían y por algún motivo, significaban algo y eran descifrables. Pronto se obsesionó con el tema hasta convencerse por completo de que algo se intentaba comunicar con él a través de un código. Pronto tuvo listo un alfabeto, que probó y al dar resultados no del todo acertados (que desde mi lado de la historia era simplemente picor en la oreja), modificó incontables veces hasta dar con el código perfecto, el código que yo aprendí, inventado hacía mucho tiempo por el mismísimo Samuel Morse, o tal vez por mí mismo, ya que él lo descifró desde mis mensajes.
Estuvieron en silencio algunos minutos. Ernéstor reflexionaba sobre todo lo que había escuchado, hasta que dijo:
-Bueno, sin duda es muy interesante todo esto que me cuenta. Le agradezco también que me lo haya confiado y todo eso... Pero no me queda claro cuál es el problema.
-¿El problema?... No veo ningún problema.
-Bueno, claro. Ese es el problema. No veo dónde podría ayudarlo si no tiene ningún problema.
-... mmm... Bueno, sí, si le fuera completamente sincero... hay algo que me gustaría pedirle.
-Adelante.
-Creo que estoy en todo mi derecho de pretender que el código Morse, cambie su nombre a código Ramirez, en mi honor.
-... Bien... Bueno, en lo que a mí respecta, ahora el código Morse se llama código Ramirez.
El cliente saltó de la silla. Su cara que antes era bastante seria cambió de golpe, ahora estaba radiante. Se había sacado un gran peso de encima.
-¿Cómo? ¿En serio?
-Por supuesto. En lo que a mí respecta.
-Bueno, cuánto le agradezco, ahora el código se llama Ramirez... qué honor, me siento tan justamente homenajeado... Cuánto le agradezco...
-Sin duda alguna... En lo que a mí respecta claro...
-Sí sí... qué bien...
-sí...
-...
-...
-...
-Bueno (levantándose de la silla y estirando la mano para saludar) por supuesto ha sido un placer. Serían $500 pesos, por ser sábado.
Otro cliente que se iba feliz. Una picazón que se iba con solución, codificación y traducción.
Claro que, para alguien como Ernéstor que ya las había visto todas, esto no era la gran cosa, aunque tampoco era para menospreciar, supuso. Un caso más se cerraba, y un nuevo espacio se abría para que más misterios se acercaran a buscar su solución en el húmedo despacho del semidurmiente Ernéstor Nildarmando.
Todo había sido un sueño. "Qué raro es soñar con la muerte de uno mismo...". Echó la silla un poco hacia atrás y notó que se caía; parecía que el agujero sí existía. Pero reaccionó rápido y pudo evitar caerse él mismo, aunque la silla sí cayó. Miró hacia abajo y vio que bajo de la silla estaba su propio cuerpo, pero sin cabeza. "¿Qué hace mi cuerpo sin cabeza ahí abajo?", creyó decir, pero cortó a media frase por escuchar que una voz idéntica a la suya decía lo mismo muy cerca de su oído, así que rápidamente giró la cabeza a su derecha y se encontró con su cabeza mirándolo. Era una cabeza idéntica a la suya pegada en su cuerpo. Un sonido lo despertó. Alguien tocaba su puerta. De vuelta en la realidad buscó su cabeza pero no la encontró; la llevaría puesta, dedujo y se tranquilizó. Dos minutos después el cliente ya exponía su situación ante el experiente Ernéstor Nildarmando.
-Lo que me está pasando es muy extraño, y estoy todo el día pensando en eso, me gustaría saber si es algo normal, si tiene solución... Está interfiriendo con mis pensamientos de tal manera que temo por mí mismo, y por las pocas personas que me rodean, si se puede llamar rodear a acercarse a distintas distancias y de distinta manera, aunque no me rodeen literalmente... Por suerte, porque eso sería molesto y no me preocuparía dañarlos con mi comportamiento, siempre y cuando no me entere. Ahora, señor Ernéstor Nildarmando: preste mucha atención y no pierda detalle, he aquí lo que voy a decirle:
Hay una conexión con mi oreja derecha y mi rodilla izquierda. Es algo que ha existido desde que tengo memoria, así que no es algo que me sorprenda. Básicamente, si me rasco la oreja derecha, siento que me pica la rodilla izquierda, y si me rasco la rodilla izquierda, me pica la oreja derecha. La sensación es instantánea y bien definida. El problema empezó un día que me pregunté qué pasaba con mi oreja izquierda y la rodilla derecha. ¿Por qué no existía una conexión igual entre ellas? Me parecía esto más raro que la conexión entre las otras, así que toda clase de pensamientos se me cruzaron, pero uno en particular se fijó en ese momento; mi oreja izquierda estaba conectada por error con la rodilla derecha de otra persona. Desde que me llegó esta idea no me la pude sacar de la cabeza, e hice muchas pruebas a ver si podía descubrir quién era la persona a la que le picaba la rodilla cuando me rascaba la oreja. Iba por la calle rascándome continuamente y miraba a todas las personas. En cada situación donde viera gente desconocida reunida también lo hacía, también por supuesto en mi casa y me gustaba comprobar continuamente que nadie estuviera disimulado su picor por respetar tontas convenciones sociales, ocultando su verdadera conexión, rascándome repetidas veces mientras estudiaba a las mismas personas. A veces tenía que parar porque me llegaba a lastimar, esto no era raro y no demoré en habituarme. Lo que más me obsesionaba era que muchas veces poco después de rascarme, la oreja me empezaba a picar, como si la otra persona se empezara a rascar por el picor que le producía que yo me rascara. Me imaginaba que el mecanismo era igual que con mi oreja derecha y mi rodilla izquierda, solamente que por algún error desconocido la rodilla que le correspondía a mi otra oreja estaba en alguna otra persona. Algunos meses más tarde se me ocurrió una idea con la que podría solucionar este dilema; aprender clave morse. Gracias a mi entusiasmo pude aprender muy rápido, y pocos días después ya estaba enviando mensajes continuamente hacia el portador de mi rodilla. Ninguno de los mensajes iniciales tuvo respuesta legible, aunque sí tuvo respuestas inmediatas; pero claro, al yo rascarme a, él le picaría y tendría que rascarse. Yo solamente tenía que seguir hasta que esta persona se diera cuenta que le estaban llegando señales en código a su rodilla, aprendiera el código y al fin me contestara; ¿Había otro desenlace lógico? La única posibilidad de que no funcionara hubiera sido que esta persona estuviera suficientemente fuera de contacto con la cultura de occidente... Por considerarlo una distracción de mi trabajo, evité calcular el número aproximado de posibilidades de que eso pasara. Así, nunca dudé de mis ideas, aunque a veces la gente que me rodeaba notara que había algo fuera de lugar, y yo tratara de disimularlo, nunca dudé. Las miradas de lástima, endulzadas con falsa comprensión y produndamente turbinadas por el cruel sentido del éxito basado en el fracaso del prójimo, difícilmente hubieran podido acercarse lo suficiente como para afectar mi entendimiento, sedado de las convenciones sociales, ocupado por las convicciones que algún extraño instinto u órgano soplaba continuamente, iluminando mi camino hacia una convicción de lo cierto, y mientras tanto yo me hundía en ese placer celebrando mi inseguridad como parte de un todo, cuando tantos otros hubieran escapado temiendo la locura, o simplemente el error." "¿Qué?", se le escapó a Ernéstor, pero comprendió que era de mala educación interrumpir a su cliente, así que lo invitó a continuar. Éste siguió así: "Durante muchos más meses seguí enviando mensajes, hasta que un día, algo legible llegó a mi oreja: "¿Hay alguien ahí?". Grande fue mi sorpresa pero rápidamente nos pusimos al día, y no demoré en averiguar quién era esta persona.
Resulta que la persona con la que me estaba comunicando no vivía cerca de mí, ni en espacio y sorprendentemente, ni en tiempo. Esta persona era Samuel Morse. ¿Sabe usted quién es Samuel Morse, señor Nildarmando?"
-Samuel Finley Breese Morse (Boston, Massachusetts, Estados Unidos, 27 de abril de 1791 – Nueva York, 2 de abril de 1872), fue un inventor y pintor estadounidense que, junto con su asociado Alfred Vail, inventó e instaló un sistema de telegrafía en Estados Unidos, el primero de su clase. Se trataba del telégrafo Morse, que permitía transmitir mensajes mediante pulsos eléctricos mediante el código Morse, también inventado por él.
-Veo que está muy bien informado.
-Lo que pasa es que lo tengo aquí mismo en Wikipedia, mire.
Ernéstor giró su monitor para que su cliente viera la página de Wikipedia. Éste se fijó en el retrato que aparecía a la derecha.
-Así que ese es, nunca había visto una foto suya... Algo me dice que si me rasco la rodilla va a rascarse la oreja, aunque eso es imposible, ¿no?.
-No del todo, si resulta que este es el momento que coincide con el momento de la foto, no sería raro que salga rascándose la oreja. ¿Por qué no lo intenta?
-No me gustaría alterar su página de Wikipedia, considero que está muy bien así. Aunque confieso que no he leído el artículo.
Pero dejando el tema de la página de Wikipedia y volviendo a mi historia, me sorprendió que justo la persona con la me comunicaba a través del código Morse fuera la persona que lo había inventado. Le comenté al respecto y me dijo que todo había empezado porque le picaba la rodilla derecha de una forma que con el tiempo se volvió llamativa, y cada vez más algo le hacía pensar que el picor de la rodilla seguía ciertos patrones, combinaciones que se repetían y por algún motivo, significaban algo y eran descifrables. Pronto se obsesionó con el tema hasta convencerse por completo de que algo se intentaba comunicar con él a través de un código. Pronto tuvo listo un alfabeto, que probó y al dar resultados no del todo acertados (que desde mi lado de la historia era simplemente picor en la oreja), modificó incontables veces hasta dar con el código perfecto, el código que yo aprendí, inventado hacía mucho tiempo por el mismísimo Samuel Morse, o tal vez por mí mismo, ya que él lo descifró desde mis mensajes.
Estuvieron en silencio algunos minutos. Ernéstor reflexionaba sobre todo lo que había escuchado, hasta que dijo:
-Bueno, sin duda es muy interesante todo esto que me cuenta. Le agradezco también que me lo haya confiado y todo eso... Pero no me queda claro cuál es el problema.
-¿El problema?... No veo ningún problema.
-Bueno, claro. Ese es el problema. No veo dónde podría ayudarlo si no tiene ningún problema.
-... mmm... Bueno, sí, si le fuera completamente sincero... hay algo que me gustaría pedirle.
-Adelante.
-Creo que estoy en todo mi derecho de pretender que el código Morse, cambie su nombre a código Ramirez, en mi honor.
-... Bien... Bueno, en lo que a mí respecta, ahora el código Morse se llama código Ramirez.
El cliente saltó de la silla. Su cara que antes era bastante seria cambió de golpe, ahora estaba radiante. Se había sacado un gran peso de encima.
-¿Cómo? ¿En serio?
-Por supuesto. En lo que a mí respecta.
-Bueno, cuánto le agradezco, ahora el código se llama Ramirez... qué honor, me siento tan justamente homenajeado... Cuánto le agradezco...
-Sin duda alguna... En lo que a mí respecta claro...
-Sí sí... qué bien...
-sí...
-...
-...
-...
-Bueno (levantándose de la silla y estirando la mano para saludar) por supuesto ha sido un placer. Serían $500 pesos, por ser sábado.
Otro cliente que se iba feliz. Una picazón que se iba con solución, codificación y traducción.
Claro que, para alguien como Ernéstor que ya las había visto todas, esto no era la gran cosa, aunque tampoco era para menospreciar, supuso. Un caso más se cerraba, y un nuevo espacio se abría para que más misterios se acercaran a buscar su solución en el húmedo despacho del semidurmiente Ernéstor Nildarmando.
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