Ernéstor Nildarmando, detective paranormal. Esta es otra historia sobre la verdad que usted no conoce, ni yo. Ni nadie. Ernéstor podría ser un gran conocedor de lo desconocido, sobre todo de lo que él mismo no conoce, pero eso nadie lo sabe. Mientras su pensamiento se acerca vagamente hacia cosas del estilo Ernéstor escucha que alguien golpea su puerta. Su estudio lleno de olor a humedad vibra al compás del sonido casi olvidado de la puerta golpeada por un iluso buscando los servicios de alguien que ni siquiera sabe si sabe sobre lo que dice que sabe, aunque todo indicaría que es el único a la altura del desafío, si lo hubiera. Ernéstor dice "voy". Ernéstor atina a bajar ágilmente los pies de la mesa, pero un tirón agudo a la altura de la cadera lo obliga a reconsiderar la acción, decidiéndose mejor por dejarse caer lentamente ya que seguro que contra el piso no iba a dar, habiendo tanto desparramo de cosas. Lástima, porque justo el día anterior le había dado por tirar un par de bultos con contenido desconocido por la ventana, así que parece que sí, se iba a encontrar con el piso, pero no, porque en esa parte del piso había un agujero olvidado hace tiempo, así que cayó directo hacia el piso de abajo, pero sin emitir sonido alguno (comportándose como el caballero que era), de forma que el cliente tras la puerta no se enteró de nada. Ernéstor se reincorpora bufando bajito, sube las escaleras, y entrevista a la persona que golpea a su puerta, diciendo "¿Puedo ayudarle en algo? Mi nombre es Ernéstor, Ernéstor Nildarmando, detective paranormal". "Sorprendente", dice el cliente. Después de reflexionar un poco sobre si Ernéstor se dedicaba a cosas paranormales o el paranormal era él, dice "no me diga que aunque usted está aquí, también sigue ahí adentro, porque si no me equivoco usted me dijo que iba a abrirme hace un instante".
"No, no..." dice Ernéstor, "no se preocupe. ¿Y por qué no olvidamos lo sucedido y pasamos a mi oficina?". Pero al intentar abrir la puerta resulta que estaba trancada del lado de adentro. "Mejor vamos a tomar un café... Ah pero yo no tengo plata. Así que si le parece bien, vamos a una cafetería pero no necesariamente vamos a tomar café, o yo por lo menos no lo voy a hacer". "No se preocupe señor Nildarmando, podemos hablar de este tema en cualquier lado, intentaré ser breve". Ambos individuos se sentaron entonces en las escaleras y el cliente empezó a sacar varias carpetas de donde caían documentos, fotos, tubos de ensayo llenos de burbujitas y pedazos de carne de origen desconocido. Algunas cosas intentaba disimularlas un poco diciendo cosas como que qué sucio estaba ese lugar, tratando de no llegar al punto de molestar al presente que era uno de sus habitantes. Después de un rato perdió el interés en disimular. Ernéstor se sintió un poco incómodo, pero en todo caso él ya había visto todo y nada podía sorprenderlo. El cliente se presentó. "Mi nombre es Teófilo Pancredi. Pero la gente que me conoce me dice Trocotón, suena un poco rudo pero hoy en día no se puede andar mostrando debilidad, uno tiene que..." "sí sí, ya entendí", lo interrumpió Ernéstor, quien había perdido la paciencia de golpe, pero se dio cuenta inmediatamente, así que dijo "no, no, perdón continúe". "¿Con qué?" preguntó Trocotón. Pero recordó inmediatamente y continuó. "Mire señor Ernéstor, ayer estaba caminando por las calles en la noche. Acostumbro hacerlo, porque me imagino mirándome a mí mismo desde un poco más alto mientras camino por la calle a la luz de la luna y me agrada la imagen que se me representa, así que bastante seguido lo llevo a la práctica, aunque la verdad la mayor parte de las veces no siento ninguna gratificación en particular, además tampoco había luna, y me costaba despegar la imaginación de la cabeza por el frío que hacía. Tengo claro que no hay nada anormal en esto, pero preste atención a lo que le voy a decir ahora". "Alto. Déjeme tomar mi cuaderno. Debo sacar notas muy detalladas de cada una de las cosas que me está por decir, señor Trocotón", interrumpió Ernéstor. La tensión aumentaba, se venía el momento. Lo paranormal estaba a punto de revelarse, y no era papa. Pero en eso se sintió un temblor terrible que distrajo a nuestros ilustres protagonistas. Todo el edificio se levantó en el aire, como pudieron comprobar mirando por la ventana. Se acercaron a esta ventana y vieron que un monstruo sostenía la casa en sus manos. El monstruo acercó su ojo a la ventana e identificó a Trocotón. "¡Te dije que no le dijeras a nadie de mi existencia! ¡Cómo pudiste traicionarme, ahora todos van a saber que existo, traidor!". Miraron hacia abajo y vieron que una multitud estaba reunida para ver este hecho que indudablemente escapaba de lo normal. "¡Si todavía no dije nada!". El monstruo pensó un poco, considerando por un momento que podía haberse equivocado, pero después prefirió tirar la casa hacia el mar; una vez inmerso en su ira no podía simplemente olvidarse e irse sin desquitarse con algo. Gruñó un poco y se fue caminando hacia el baldío donde vivía. Todos sabían que vivía ahí, nadie lo molestaba porque era inofensivo aunque un poco infantil; pero esto ya era mucho para esta pulcra sociedad tal vez demasiado tranquila, que decidió aniquilarlo y celebrar un festival donde se vendió su carne que parecía perfectamente normal. No lo era, hubo mucha gente intoxicada, pero la alegría de la ocasión dejó en segundo plano este hecho en la memoria de los sobrevivientes, algo afectada por la intoxicación, comentada jovialmente en los años venideros. Mientras tanto Trocotón y Ernéstor flotaban en altamar en la casa que ahora cumplía la función de un barco. Ernéstor ya las había pasado todas, esto no era nada que él no pudiera concebir en su mente ampliada hasta lo inimaginable, su mente capaz de imaginar colores que no existían e incluso mezclarlos entre sí y crear otros. Este era uno de sus pasatiempos, pero no estaba muy seguro de si realmente estaba haciendo eso, era difícil saber. Pero Trocotón se mostraba especialmente nervioso, y corría de una punta a la otra arreglando pequeñas filtraciones de agua, ajustando maderas para que funcionaran de remos y de a ratos remando para liberar estrés. Al final de la jornada se lo veía muy satisfecho y se fue a acostar en una litera que fabricó también él mismo, pero Ernéstor seguía en la misma posición, sin pegar un ojo. ¿Sería este el fin de lo que para Ernéstor había sido su día a día? ¿Dónde iba a quedar aquella vida que tantos años le llevó forjar? Se dio cuenta que en realidad nada había cambiado, solamente el mundo exterior, siempre visible desde las ventanas. Pero igual él no estaba saliendo muy seguido, así que no era muy distinto de lo de todos los días. Eso no quería decir que tenía que quedarse tranquilo, porque Ernéstor había renunciado hacía tiempo al sentimiento de la tranquilidad, en favor de estados más nobles del ser. Ernéstor estaba todo el tiempo inquieto pero no se movía, ni podía concentrarse en nada, ni hacer nada básicamente. Así que en un pico repentino de intranquilidad corrió hacia Trocotón y le gritó en la cara "¡No me terminaste de decir lo que precisabas!". Trocotón se incorporó y dijo, "Bueno sí, perdón. Podemos retomar la conversación ahora que todo volvió a la normalidad. El tema es que no me acuerdo de qué estaba hablando. Si mal no recuerdo, el problema que venía a plantearle está relacionado con la pérdida de la memoria, pero no me animaría a asegurarlo, porque podría haberlo olvidado. Además, ¿de qué serviría mi punto de vista sobre el tema? Cada cosa que recordamos no es más que una fabricación en nuestras mentes, basada en las cosas que imaginamos haber percibido de un hecho, y está claro que no solo nuestra percepción es incompleta, sino que puede estar alterada por emociones que no comprendemos o prejuicios que trabajan en nosotros mientras los desconocemos. Si sumamos que el hecho ya pasó, como todo hecho, el resultado que tenemos es una recreación no necesariamente objetiva de algo que ya desde su origen no se puede tomar como seguro aunque por seguro sabemos que es incompleta. Resumiendo, no solo no me acuerdo de lo que iba a plantearle, sino que lo más seguro es que estuviera equivocado. Pero era algo relacionado con la memoria; creo que una noche que iba caminando por las calles solitarias, vi de repente una bruma verde que pareció aparecer de la nada en mi camino. Como no me preocupó en el momento sumado a que me creo muy vivo, entré en la bruma y al respirarla, mi mente se ensombreció y se disolvió mi conciencia. En el oscuro sueño en el que entré me vi a mí mismo metido en un frasco de una muestra gratis de un perfume, y como me daba curiosidad saber qué aroma tendría este perfume, apreté el dispersor apuntando a mi muñeca, mientras yo mismo en el frasquito gritaba "¡No animal! ¡Noooo!".
Yo en el frasco fui absorbido por el tubito y salí disparado chocando de cara contra mi muñeca, que ahora no estoy seguro si era mía, aunque parecía ser del cuerpo desde donde yo contemplaba esta situación. Ni bien mi cara impactó contra mi muñeca desperté del sueño, y bueno, ese fue el momento en que usted me despertó gritándome que todavía no le había dicho lo que precisaba". "Pero eso fue recién, yo preguntaba por otra cosa". "Bueno ya le expliqué que todo esto afectó mi memoria, no me presione, no crea que no tengo sensibilidad; aunque me llamen Trocotón, no es que sea una máquina sin sentimientos". Pero ojo. Resulta que todo esto hasta ahora había sido un sueño. Ernéstor se despertó de la caída, miró a su alrededor y estaba en el piso de abajo de su oficina. Miró hacia arriba y comprobó que había un agujero en el techo, que era su piso; todo indicaba que había caído desde ahí dándose un golpe en la cabeza. Subió las escaleras y ahí se encontró de nuevo a su cliente, pero antes que cualquier cosa, dijo "Hola Trocotón, tengo la solución a su problema. Desista de venir a contármelo, ni se lo cuente a nadie, de todas formas creo que todo el mundo está al tanto, pero nunca mencione el tema. Ha sido un placer, serían $500 por ser sábado". Trocotón quedó aun más sorprendido que en el sueño de Ernéstor, pero se fue conforme y vivió una vida llena de virtud y buenas acciones, sin mencionar nunca su problema. Del monstruo que aparentemente vivía en el baldío Ernéstor nunca supo nada, por lo que supuso que había obrado bien y vivía tranquilo aún. Ernéstor sabía que su puerta estaba trancada así que fue a buscar al cerrajero, y pocas horas después todo volvía a la calma de siempre. "Ojalá no venga nadie hoy", decía al otro día, y mientras caía en un sueño ligero, perdió el equilibrio y cayó de nuevo por el agujero. Esta vez nunca se levantó, lo que es una lástima sin dudas... Pero en fin todos lo recordaremos como un héroe. ¡Hasta la vista Ernéstor Nildarmando!
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